jueves, 1 de diciembre de 2011

Movimientos estudiantiles en la historia de América Latina

La juventud universitaria latinoamericana ha tenido una actuación decisiva en diversos momentos culminantes de nuestro devenir, desde el ciclo emancipatorio, el romanticismo, la bohemia finisecular y la Reforma Universitaria de 1918 hasta la generación de la protesta y la revolución. Podemos así aproximarnos a las distintas variantes utópicas, expresiones identitarias y propuestas alternativas que se hallan en juego dentro de tales idearios y prácticas sociales, junto a los problemas hermenéuticos concomitantes: continuidad o discontinuidad histórica, validez última de los agentes o sujetos colectivos, vínculos con la estructura económica y con las variables políticas de rigor. En las postrimerías del siglo XIX fue acentuándose la importancia que, dentro de la evolución histórica, correspondía asignarle al accionar de sectores tradicionalmente descalificados: los trabajadores, la mujer, el hombre de color. Al mismo tiempo, surge una confianza semejante en las aptitudes de la juventud, que emerge como vanguardia movilizadora de las masas, generándose una mística redentora que se prolonga indefinidamente y se encarna en los movimientos estudiantiles.
La UNAM, con el funcionamiento contiguo de un gravitante organismo como la UDUAL, tuvo la feliz iniciativa de adelantarse a otras casas de enseñanza superior de mayor trayectoria y crear un Centro de Estudios sobre la Universidad (CESU), dotándolo de medios ad hoc y de un plantel idóneo, entre cuyos investigadores más perseverantes se encuentra la profesora Renate Marsiske, quien se ha formado y desempeñado junto a uno de los precursores europeos en la materia, como es el caso de Hans Albert Steger. Desde ese instituto, dicha académica ha lanzado una ambiciosa indagación colectiva --multinacional e interdisciplinaria-- en torno al protagonismo estudiantil en Latinoamérica, desde la Colonia a la actualidad. Se trata de un asunto que así planteado, con tal amplitud, posee escasos precedentes orgánicos de distinta factura y alcance, pudiendo recordarse algunos libros que van desde un ensayo superclásico como El estudiante de la mesa redonda, de Germán Arciniegas (1932), pasando por la pionera sistematización de Gregorio Bermann, Juventud de América (1946), hasta los últimos avances esquemáticos de Manuel Agustín Aguirre en el Ecuador, Universidad y movimientos estudiantiles (1987).
Entre los presupuestos metodológicos que animan la misión articuladora de Marsiske se encuentra el objetivo de distanciarse de broncíneas biografías y enfoques pedagogicistas sobre la universidad, para comprender a esta institución desde la historia socio-política pero sin negarle su propia especificidad. Una perspectiva análoga aparece con relación a las organizaciones estudiantiles, al proponerse su análisis desde el contexto de los movimientos civiles y de una lógica clasista que dejaría a salvo sus valores inherentes. Se acentúa entonces el papel que juega la conflictividad entre los seres humanos y la juventud universitaria como un relevante catalizador de esos antagonismos ambientales o estrictamente educativos. Simultáneamente, se insinúa la existencia de fuertes diferencias epocales en el estudiantado que afectan la formulación de paralelismos y generalizaciones.
La obra en cuestión, cuya base material se asienta en trabajos expuestos en diversos encuentros continentales, puede desglosarse en un desarrollo tempo-espacial y ocasionalmente ideológico. Varias colaboraciones caben ser integradas a los estudios sobre el estudiantado mexicano reunidos por la misma Marsiske en un volumen anterior. Dos investigadoras del CESU, una especialista en el siglo XVII y la otra en el XIX, aportan nuevos elementos de juicio. Pérez Ponce lo hace a través de un episodio de resistencia y ocupación estudiantil en la Real Universidad de México ante la anómala sustanciación de un concurso docente, mientras Lourdes Alvarado examina un brote huelguístico, apoyado por algunos maestros, que estalla doscientos años más tarde, en pro de una universidad libre --cuando la misma idea de universidad era desestimada por una óptica positivista que, como en el Brasil, veía en aquélla una entidad anacrónica reñida con el progreso. Renate Marsiske prosigue su tarea explorativa, concentrada en la fundación de la UNAM hasta los años treinta, mediante un trabajo que se extiende a los estudios comparados sobre un período similar y en relación con la Argentina, bajo la premisa mayor de la educación como vía para la movilidad de los sectores urbanos en ascenso y, en tal sentido, con su rol determinante para la transformación universitaria desde 1920 en adelante.
En cuanto al capítulo argentino, Cristina Vera, sin atender a la actividad estudiantil en sí misma, postula la introducción de avances científicos en la Córdoba finisecular como el puente directo hacia la Reforma del 18, a la vez que Marcelo Caruso remarca la hipotética escisión entre el comunismo y este último fenómeno. Sobresale el esfuerzo de Mónica Rein por develar la entraña autoritaria y la regimentación educativa que, en detrimento de los principios reformistas, inspiró el nacional-catolicismo y fue legalmente implementada durante el gobierno de Perón --tan repudiado, junto a la España negra de Franco, durante el Congreso Latinoamericano de Estudiantes celebrado en Montevideo en 1955. Estamos así ante una suerte de fascismo criollo que no desaparece de escena y vuelve a encaramarse con el onganiato, la gestión peronista del setenta, la última dictadura militar y el CONICET a comienzos de la década menemista. Fernando Pedrosa se ocupa incisivamente de buena parte de ello. Finalmente, Marcela Pronko se hace eco de las tesis sobre la desmovilización estudiantil mediante el caso de una universidad regional.
Los demás países guardan un grado diferente de representación. Otra impulsora de los estudios universitarios, Diana Soto Arango, circunscribe una movilización conjunta de alumnos y académicos por la renovación de la enseñanza efectuada en Santafé de Bogotá a fines del XVIII, donde, a través de una literatura panfletaria, se refleja el acceso de los criollos a las posturas ilustradas y sus anhelos frente a las prerrogativas de los peninsulares. Con ello se iría plasmando una actitud proclive a la independencia y al sentimiento de americanidad. En un escueto panorama, Mauricio Archila --obviando las rebeliones universitarias habidas en Colombia desde el dominio español hasta 1920 y un episodio como el trascendental congreso de estudiantes realizado en Bogotá en 1910-- parte de la resistencia al férreo sistema universitario impuesto por el clericalismo, pasa por el enfrentamiento a Rojas Pinilla y desemboca en la radicalización guerrillera.