martes, 31 de enero de 2012

MOVIMIENTO ESTUDIANTIL CHILENO

Promulgada el 7 de marzo de 1990, horas antes del fin de la dictadura militar de 
Augusto Pinochet, la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE)

era según los jóvenes, la principal causa de la deplorable situación en que se encontraba la educación pública en Chile. Su incidencia fundamental recae en el progresivo desentendimiento 
del Estado de su rol de educador en favor de privados, a quienes se les ha entregado 
todas las facilidades para que instalen colegios en desiguales condiciones y muchas 
veces con el único objeto de lucro, lo que indefectiblemente repercutió en desmedro de 
la calidad de la educación (Gerter y Ramos, 2008). 
En este sentido, Corea y Lewkowicz señalan que “la lógica mercantil hace que todo 
pueda ser consumido como mercancía, incluso la cultura, y por supuesto, también la 
educación” (Corea y Lewkowicz, 2004: 24), y que al ser el mercado hoy el único rector 
de la educación, la escuela ya no es más una institución, sino un “galpón” prestador de 
un servicio, la capacitación. “La institución escolar hoy no se sostiene por su capacidad de institución de ciudadanía sino 
por la capacitación o prestación de otros servicios. Se trata de un lugar más pragmático y menos ligado a la formación. La diferencia radica en que  las mismas escuelas en los mismos 
establecimientos y con los mismos programas, pero en un contexto diverso, dejan de ser 
escuelas para el Estado y pasan a ser escuelas para el mercado” (Lewkowicz, 2006: 18). 
En Chile son pocos los movimientos sociales que se  recuerdan tras el fin de la 
dictadura en 1990. Es por ello que la “Revolución Pingüina” -como se bautizó a la 
movilización estudiantil que surgió de los liceos públicos- sorprendió a muchos, puesto 
que los medios de comunicación habían instalado la idea de que los jóvenes “no estaban 
ni ahí”
con nada y que eran menos “despiertos” políticamente.  
Sin embargo, una nueva generación de nacidos en democracia conmocionó al resto 
de la sociedad para decir que sus posibilidades de ejercicio de ciudadanía futuras eran 
limitadas porque el Estado no aseguraba la posesión del derecho al acceso equitativo a 
una educación de calidad. En cambio, una característica consustancial a la libertad de 
enseñanza, consagrada por ley y regulada por el mercado, es la profundización de las 
brechas, la desigualdad de oportunidades consecuente y la legitimación de la 
segregación como parte del sistema, que tiene al consumo como única forma de ejercer 
la ciudadanía (Gerter y Ramos, 2008). 
Como afirma Rossana Reguillo los nuevos movimientos sociales, dentro de los que 
se encuentran los movimientos juveniles, se han convertido en agentes de 
transformación social, en la medida que tienden a ocupar espacios donde no existen 
instituciones o donde éstas han dejado de responder a las necesidades y demandas de la 
sociedad (Reguillo 2000: 71).  
A partir de una serie de demandas que tenían por objetivo mejorar la calidad de la 
educación pública, este movimiento alcanzó un nivel de adhesión tan alto entre los 
estudiantes y el resto de la sociedad, que logró instalar su problemática en un lugar 
prioritario en los medios de comunicación y en la agenda nacional.  

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